Te digo adiós y ni siquiera sé como he sido capaz
de hacerlo, te lo digo con un nudo en la garganta
por los “te quiero” que tengo atorados. Te digo
adiós y detesto la mirada que me das como si me
creyeras, como si en verdad fuera posible que tenga
ganas de irme. Te digo adiós y no
se me ocurre una
manera más jodida de terminar mi día, hoy por la
mañana me desperté y nunca creí que después de
unas horas me estuviera despidiendo de una parte
de mi vida.
Y es que "adiós" no es una palabra cualquiera,
decir adiós no solo es despedirse de la persona, es
abrir los ojos de golpe y desenredarse hasta de las
caricias, acostumbrarse a los ecos de cada recuerdo
y palpar a diario la ausencia en nuestros adentros.
Es vivir sin un inquilino menos en la piel y
atreverse a vivir el mañana con ese vértigo que da
escalofríos.
Pero yo te digo adiós y la verdad
es que no tengo ni
un ápice de ganas de irme, tengo más ganas de
abrazarte y decirte que mi lugar es contigo, que mi
hogar son tus labios y tus brazos mi refugio.
Te digo adiós y espero que valga la pena renunciar
a nosotros,
Te digo adiós pese a que nunca me han gustado los
finales, ni las despedidas, ni el desenredo que
desgarra el alma desde sus adentros.
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